Grupo Folclorico de Musica Andina Cristiana "Shalom"
  Adjp
 

Pbro. Reynaú Omán Santiago Marroquín.
 
I. Lectura del Antiguo Testamento
“¡Vanidad de vanidades- dice Qohelet-; vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.”
                                                                                    Eclesiastés 1: 2, 2: 21- 23.
 
II. Lectura del evangelio
“Uno de la multitud dijo: -Maestro, di a mi hermano que se reparta conmigo la herencia. Le respondió: -Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y les dijo: -¡Atención!, guardaos de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes. Y les propuso una parábola: -Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha. El se dijo: ¿qué haré, que no tengo dónde meter toda la cosecha? Y dijo: haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis posesiones. Después me diré: querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta. Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida. Lo que has preparado ¿para quién será? Pues lo mismo es el que acumula para sí y no es rico para Dios.
                                                                                                   Según Lucas 12: 13- 21.
 
 
“Lo que insidia y envenena en general nuestra felicidad es sentir tan cerca el fondo y el fin de cuanto nos atrae: sufrimientos de la separación y del desgaste, angustia del tiempo que pasa, terror frente a la fragilidad de los bienes poseídos, desilusión por llegar tan pronto al término de lo que somos y tenemos.”
                                                                                       P. Teilhard De Chardin.
III. Comentario pastoral
¡Vanidad de vanidades- dice el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué sentido tiene entonces la vida? ¿Cuál es la razón de la existencia humana?
Por primera vez en este año leemos un texto de Eclesiastés[1]- libro enigmático del Antiguo Testamento-. Por lo que es requerido conocer algunos datos generales de la historia de este libro.
En la Biblia hebraica se le conoce como qohelet[2]: “quien se sienta o habla en la asamblea.” La traducción griega de Qohelet es ekklesiastes[3]. La forma latinizada de Ekklesiastes es Eclesiastés, título tomado de la Vulgata[4].
El pseudónimo qohelet[5] es un femenino en la lengua hebrea. Sin embargo no hay razones para suponer que se trataba de una mujer, pues los verbos que se utilizan están en masculino. 
Probablemente fue escrito en el siglo III a. C en un lugar de Palestina y no Egipto como algunos sugieren[6].

 Según los historiadores, los años 300- 200 se caracterizaron por el dominio de la dinastía egipcia de los tolomeos o lágidas sobre Alejandría, Egipto y

 
Palestina[1]. Mientras que la dinastía de los Seléucidas dominaron Siria y Babilonia durante ese mismo periodo.
Cuando surge la dinastía de los tolomeos, convierten a Egipto en un centro comercial de la política dominante. Además, llegó a ser uno de los centros más importantes de la diáspora judía. Cuenta el historiador Flavio Josefo que un sábado (del 320), el propio Tolomeo I, llegó a Jerusalén con el pretexto de llevar una ofrenda al templo. Ya estando allí, con el apoyo de algunos residentes judíos y de sus acompañantes, logró apoderarse de la ciudad y prender a un buen grupo de judíos, a quienes llevó cautivos a Alejandría.[2]
El periodo de dominación de los tolomeos se caracterizó por una fuerte militarización, la concentración de las tierras en manos del rey y de sus ministros, la compra del aceite, vino y demás productos a un precio nada favorable para los trabajadores, de manera que al verse hundidos en extrema pobreza no les quedaba otra opción que aceptar ser esclavos de los tolomeos.
En los denominados papiros de Zenón se ilustran la situación de los propietarios extranjeros que vivían en Palestina. Nada se dice acerca de los nativos.
Dice Siegfried Hermann “es de suponer que los pequeños agricultores estuvieran en desventaja frente a los grandes propietarios.[3]
 
El sabio que escribe Qohelet fue testigo del imperio acaparador y explotador; y de la extensión de su dominio. Comenta la profesora Elsa Tamez: “He aquí la causa de su rabia y de su frustración frente a un presente sin realización humana. Lo ve (al imperio) tan poderoso e implacable que causa deshumanización. Y lo más frustrante para el narrador es que pareciera que no hay posibilidades de salida bajo una “maquinaria” tan compacta que no admite interferencia.[1]
En tiempos de desesperación y angustia, donde al parecer el sol y las estrellas ya no brillan, y la esperanza parece truncada, Qohelet exclama a voz de cuello: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! El concepto hebreo “hebel[2]” significa soplo, lo que no tiene sustancia, lo vacío, sinsentido, nada de nada. En nuestro contexto equivale a decir: “basura, porquería.” 
Los versículos 21 al 23 del capítulo 2 forman parte de la sección que inicia en el 2: 11 y cierra en el 2: 26 donde Qohelet evalúa o valora todo lo que se encuentra y se realiza bajo el sol. La conclusión a la que llega parece pesimista y desastroza: “todo es vanidad.”
Todo el trabajo que hice bajo el sol me produjo fatiga y cansancio. Además, todo aquel que trabaja y trabaja, al morir, tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. Deuteronomio 28: 30 b dice: “edificarás casa, y no habitarás en ella; plantarás viña, y no la disfrutarás.” Un texto con el que no estamos muy familiarizados es el de Eclesiástico 5: 18- 19: “Uno se hace rico a fuerza de privaciones, y le toca esta recompensa; cuando dice: Ahora puedo descansar, ahora comeré de mis pensiones, no sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.” Hay razón en aquel conocido refrán que dice: “Nadie sabe para quien trabaja.” Todo es vanidad y grave desgracia.
Qohelet pregunta ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Aumentan sus riquezas, sus influencias, su dominio, su fama, talvez su generosidad o su tacañería.
Quien mucho trabaja descuida la familia, su salud. Su estado de ánimo se desequilibra. Las horas del día no le alcanzan para dormir. De noche no descansa su mente. Da vuelta tras vuelta en la cama pensando en todos sus pendientes, sus sueños y ambiciones. Si todo es vanidad, ¿qué caso tiene trabajar? ¿Por qué preocuparse por el mañana? ¿No dijo Jesús: Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta?[1]
¿Proponen Qohelet y Jesús que no trabajemos? En ninguna manera. San Pablo retoma este asunto cuando escribe a la iglesia de Tesalónica: “Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.[2]
Suena bonita la expresión: “Hay que trabajar hermanas y hermanos.” Inclusive la misma frase: “Hermanas y hermanos, tengamos cuidado, la vida no es solamente trabajo; administremos bien el tiempo. No seamos como el rico insensato que pensaba dentro de sí, ¿qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Diré a mi alma: come, bebe, agasájate”
Ninguna de estas expresiones son congruentes con el contexto en el que vivimos. Escuchamos de hermanos y hermanas que han concluido una carrera universitaria están en la banca de los desempleados. En las políticas de gobierno municipal, estatal y federal, los contratos laborales se hacen de acuerdo al parámetro “amistad, mordida” y no tanto por la “capacidad.”
 
 
 ¿Qué decir de los que viven en el campo si lo que perciben por la venta de sus productos no les alcanza ni para comprar los alimentos básicos que requieren para sostener a la familia
Desde nuestro acercamiento de lectura, la expresión de Qohelet “Vanidad de vanidades todo es vanidad” no es en primer lugar una crítica a aquellos que son esclavos del trabajo sino una crítica a un sistema político y económico dominante y excluyente que va exterminando lentamente a sus trabajadores y después sustituirlos por maquinarias o líquidos mortíferos cuya efectividad es más remunerativa que la efectividad de la fuerza de los trabajadores. Desde ese ángulo, todo es vanidad, sinsentido y sin razón.
La crítica que hace Qohelet es también una invitación a resistir sabiamente en medio de lo absurdo[1]. Porque como bien lo dice “todo tiene su tiempo”, y como ahora es el tiempo del hebel- de la vanidad, seguramente llegará el tiempo del no hebel. Razón por la que resulta urgente y apremiante repensar nuestras actitudes frente a los acontecimientos frustrantes bajo el sol.
“La fe en que todo tiene su tiempo y su hora permite afrontar con madurez el presente confiando en la gracia de Dios, pues Dios es el sujeto del cambio de los tiempos. . No solamente es importante tener la certeza de que los tiempos cambiarán, sino saber discernir los tiempos para poder resistirlos mejor[2]
No está de más cerrar nuestra reflexión con las palabras del pastor D. Bonhoeffer, pronunciadas la mañana de Navidad, junto con sus hermanos de miseria y exclusión en los campos de concentración nazi:
“Reina la oscuridad dentro de mí,
pero a tu lado está la luz;
estoy solo, más tu no me abandonas;

 

 
 
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